El poder fascina, transforma, cambia las prioridades y también los vínculos. El poder atrae y pareciera que nadie puede sustraerse a su influencia, ya que ante todo el poder es una relación de asimetrías variables y que establece codependencias. En la actual campaña electoral puede verse con claridad este juego de fuerzas en que nadie tiene garantizado el triunfo. Más aun, esta campaña se ha vuelto interesante gracias a los imprevistos, los pasos en falso, los actos fallidos que revelan la realidad de los candidatos y la falta de propuestas más allá de las sonrisas fotoshopeadas. Y en eso hay bastante abundancia. Uno de los más peculiares fue el pequeño, pero revelador episodio del debate en Canal 13 en que Piñera recordó sus amistades y aprecios por los parientes de ME-O, y éste, en una especie de mutua complacencia y compañerismo, recordó también a los de Piñera y durante largos segundos hubo saludos, mensajes y guiños a las familias, a las esposas y a cualquiera que formara parte de los extraños lazos que unen a la élite chilena. El comentario lacónico de Frei; “pura farándula” tiene algo de verdad, pero no toca el fondo de la cuestión la cual es que la política chilena parece una asunto familiar (cuestión que evidentemente lo incluye), patrimonio de un “nosotros” cerrado con candado y que excluye a todo el resto.