17 ene 2013

Arturo Martínez y su falta de filosofía.

Las declaraciones de Arturo Martínez sobre los profesores de filosofía moverían a la carcajada si no fuera porque están emitidas por el Presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, la multisindical más grande del país. En verdad conviene analizar sus declaraciones no como el resultado de una persona ignorante, un oligarca del sindicalismo o simplemente un desatinado de marca mayor, aunque pudiera haber algo de estos tres elementos. Sus declaraciones se enmarcan en un contexto evidente sobre las movilizaciones que se están produciendo en el país: "Queremos que nuestras convocatorias sean limpias y no estamos dispuestos a aceptar que vengan a empañarlas los muchachos, y quiénes están detrás de ellos, porque hay profesores de filosofía detrás de toda esta cuestión violenta, que está institucionalizándose en el país".

Martínez, siendo dirigente sindical, no distingue, al igual que muchos personeros de la derecha, entre los que nos movilizamos pacíficamente por unas demandas más que conocidas y aquellos que se empeñan en la violencia. Mucho podría analizarse respecto de esa violencia, pero nos apartaríamos de lo que aquí importa y que tiene que ver con el rechazo que gente como Martínez no sólo genera en sus adversarios sino también en quienes defienden sus propias ideas, tanto en la CUT como en su partido. En efecto, hasta en las manifestaciones del 1º de mayo Martínez es ampliamente rechazado, al punto que tienen que ponerle el escenario a una cuadra de los asistentes para que no le lleguen los habituales huevos. Y no es porque personajes como Martínez siendo sindicalistas coman como príncipes o se destemplen con estas declaraciones, sino que es la percepción generalizada de que por una parte se dirigen a la platea para señalar las injusticias y acto seguido participan del baile del sistema que tanto critican. Por ello la violencia que se ve en torno a Martínez es la respuesta al hastío con la hipocresía propia de una clase de políticos que no sólo están en los partidos, el ejecutivo y el congreso, sino también en las altas esferas del sindicalismo.

Afortunadamente la valoración de los sindicatos no está teñida por la sombra de estos personajes, ya que existen otros tantos líderes forjados en la dureza del movimiento sindical que ya debieran pasar a la primera fila de la dirigencia. En efecto, cuando se habla de la necesidad de renovar la política eso también incluye a las cúpulas de los movimientos sociales que se han ido anquilosando. Bien uno puede preguntarse cuál ha sido el rol de la CUT de Martínez durante el periodo de la Concertación y si no fue un instrumento de coaptación del descontento que ya existía.

Esta crítica en cambio no llega a tocar a los dirigentes estudiantiles, tanto secundarios como universitarios, ya que por la propia dinámica de estos movimientos están obligados a renovarse constantemente y por ello reflejan más nítidamente el estado de ánimo político de sus representados. Dicho de otro modo no veremos envejecer a sus dirigentes en los puestos que hoy ocupan como en el caso de la CUT. Personalmente creo que no hay cargo, tanto en el ámbito del Estado, como en el mundo social que no deba renovarse cada cierto tiempo, porque si no las dirigencias se convierten en una costra interior que daña a los propios movimientos. En este sentido la renovación es un indicador importante de la salud democrática tanto de una organización como de la sociedad.

Volviendo a las declaraciones de Martínez, éstas resultan a todas luces controversiales. Más allá del trauma que alguien pudiera tener con sus profesores de filosofía debemos reconocer que uno de los principales peligros de asistir a una clase de filosofía es morir de aburrimiento. Más aun cuando en muchos colegios se intenta presentar a la filosofía como una continuación culta de las clases de religión.

Quizás lo que le molesta a gente como Martínez es que la filosofía a pesar de todas las dificultades y hostilidades que sufre en nuestro país, cuando es un ejercicio fiel a sus principios, mantiene la llama de la crítica que vacuna contra toda forma de aceptación servil. La acusación de Martínez sobre que los profesores de filosofía "les llenan (a los estudiantes) la cabeza de porquerías, para que salgan a tirar piedras y hacer desórdenes" deberían afirmarse en algún caso concreto para probar su punto. Hasta ahora las “porquerías” con que los profesores de filosofía llenamos las cabezas de los estudiantes secundarios son la lógica, parte de historia de la filosofía y la psicología. Es decir, tres cuestiones que no son dinamita precisamente y que están muy podadas, tanto por falta de tiempo como de recursos. Por otra parte, señalar que “hay muchas universidades donde algunos hacen apologías de que la forma de encarar los problemas de la sociedad se hacen a peñascazos" no concuerda con la experiencia de nadie que conozca y por cierto tampoco conozco a nadie que influenciado por el carisma de Martínez se haya sindicalizado.

Los profesores de filosofía del ámbito universitario estamos presentes en carreras muy diversas y ciertamente nuestro mundo es muy diverso, desde posiciones a la izquierda hasta la derecha más radical, cuestión que por otra parte es normal en muchos campos del conocimiento. Lo que si tengo claro es que si algún día llega eso que se llama La Revolución los filósofos más que ser la vanguardia seremos los camilleros y es que nuestro temple es ajeno a la violencia en cualquiera de sus expresiones y conocemos bien lo que significa la pulsión de agresión.

Finalmente, para usar una metáfora adecuada a las declaraciones de Martínez, para muchos de nosotros es un orgullo crear bombas de relojería conceptuales y analíticas que se activen ante la injusticia, la falta de visión profunda respecto de los problemas de nuestra sociedad y participar del debate público es nuestro humilde modo de contribuir, aparte de hacer bien nuestro trabajo tanto como docentes y como investigadores.

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