El
rechazo del informe sobre el lucro en la educación superior mediante
una puesta en escena realmente sorprendente, con excusas que resultarían
hilarantes de no ser tan delicado el tema tratado, perjudica
fundamentalmente a la Concertación. Ello porque las ausencias de sus
diputados al votar un informe que tenía más una importancia simbólica
que concreta, demuestra que dicha coalición resulta cada vez menos
confiable. En efecto, los informes parlamentarios a pesar de lo mucho
que se puede hablar de ellos en momentos específicos, la verdad es que
no tienen un impacto notable. Más bien escenifican cuestiones de
importancia efímera, salvo que de allí se deriven denuncias a tribunales
como en este caso. Pero esa es otra deriva que aun no está claro como
se resolverá porque en última instancia se encuentra en manos de otro
poder del Estado. Por otra parte la derecha siguió el rol que
genéticamente (siguiendo a la transgénica senadora) tiene inscrito y que
la compromete con el lucro como un bien positivo.
Lo
que estaba en juego, como he indicado, era una cuestión simbólica,
especialmente para los estudiantes que también, al menos para un grupo
dentro de ellos, ponían a prueba la capacidad del sistema para procesar
sus demandas. Y justamente en ese punto es que la Concertación falló, ya
que sus votos podrían fácilmente haberle dado el aprobado al informe en
cuestión. Se ha dicho insistentemente que la propia Concertación se
encontraba dubitativa frente a este debate debido a su propia
implicación en el mercado de la educación. Una implicación que va desde
la apatía por hacer cumplir la ley hasta la participación entusiasta en
instituciones lucrativas, pasando por su contribución a consolidar un
sistema educativo excluyente basado en el endeudamiento. Aprobar el
informe habría significado tener que encarar esa implicación, cuestión
que muchos en la Concertación ven con malos ojos. Por ello se recurrió
al subterfugio de ausentarse de la votación.
El
parlamento desde hace tiempo está envuelto en una campaña de
autodesprestigio sangrante que en este episodio alcanzó un nuevo nivel.
Ante los ciudadanos, especialmente los estudiantes, queda claro que el
parlamento es lo más parecido a un circo sin gracia, un espacio
escamoteado a la democracia y a la inteligencia. En este sentido, una de
las lecciones más delicadas es que parece cerrarse el camino de la
institucionalidad para las demandas sociales y que por ende no queda más
que acentuar la presión en la calle y eso es lo que sucedió al
rechazarse el informe. La responsabilidad de esa lección recae en este
caso en la Concertación que se mueve entre tener que estar
constantemente dando explicaciones sobre como manejó el sistema y por
otra parte convencer a la ciudadanía de que “ahora sí que sí” –de ganar
las próximas elecciones- hará lo que antes no pudo o no quiso hacer.
Desde que se encuentra en la oposición la Concertación no ha hecho
ningún gesto significativo de reconocimiento de sus errores y menos aun
ha aportado a recuperar la confianza perdida. ¿Cómo entonces recoger las
demandas ciudadanas de un modo creíble? ¿Cómo enfrentarse a la inmensa
tarea de transformar el sistema con los que durante dos décadas se
convirtieron en sus defensores? O dicho en términos más simples ¿cómo
creerles? Es en ese contexto que el rechazo al informe cobra un sentido
más amplio, ya que si la Concertación no es capaz de conceder un simple
triunfo simbólico a los estudiantes ¿cómo entonces abordará el cambio
del modelo educativo? Estas disyuntivas son ampliables al conjunto de
las demandas sociales y a poco menos de un año y medio de las próximas
presidenciales la concertación aun no sabe cómo integrar estas fuerzas.
Finalmente
queda claro que en realidad la oposición efectiva al gobierno se
encuentra en la Confech, en los movimientos sociales y que la
Concertación en realidad sigue formando parte de ese universo paralelo
de la política chilena que no se conecta con la realidad del país.
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