17 ene 2013

Hinzpeter, el señor de la parafina.

Cuesta pensar que un Gobierno que tiene unas cifras de apoyo tan mínimas sea tan torpe al querer contener una marcha estudiantil. Si el objetivo del Ministerio de Interior era mantener el orden público fracasó rotundamente, ya que el accionar desproporcionado de Carabineros paralizó una parte esencial de la ciudad durante todo el día jueves y diseminó el conflicto que antes estaba focalizado a otras zonas de la ciudad. Si quería proteger la propiedad pública y privada también fracasó por las estimaciones previas de daños. Si quería proteger la integridad y derechos de las personas fracasó más rotundamente aun, ya que literalmente gaseó las comunas de Providencia y Santiago, y como vimos durante todo el día en las cadenas de transmisión televisivas, los más perjudicados fueron los vecinos y los ciudadanos de a pie. Prueba de ello fue que el llamado de Camila Vallejos -mediante twitter- para hacer un cacerolazo durante la noche del jueves fue masivamente secundado en todas las grandes ciudades del país y muy especialmente por los vecinos del centro a los cuales el Sr. Ministro dice querer proteger y que también fueron reprimidos


El Gobierno, que dice preocuparse de la imagen del país, ha concitado la mirada internacional a través de los medios de prensa que han cubierto las manifestaciones y mostrado una represión desmedida. Tanto UNICEF como Amnistía Internacional se han pronunciado contundentemente en contra de la represión –en particular la de niños y jóvenes- y exigido que se investigue y condene a los culpables. Los medios internacionales también analizan el rechazo generalizado al Gobierno que se muestra incapaz de llegar a acuerdos sociales básicos. En efecto, el jueves no sólo fue un día negro para el Gobierno sino también para la democracia. Se entiende la razonable disposición gubernamental de querer evitar desmanes por parte de los encapuchados de siempre, que nadie sabe a quienes obedecen, pero eso en un estado democrático no puede hacerse a costa de otros derechos fundamentales como el de reunión y manifestación. Cabe hacer destacar que en la última marcha autorizada fue la Confech la más perjudicada por la acción de los encapuchados, ya que estos reventaron con su acción la marcha que pacíficamente había transcurrido e impidió el acto central para el cual se había convocado. No son los estudiantes los que ganan con estos actos. Se agrava más la situación con las denuncias no investigadas sobre la infiltración policial de las marchas estudiantiles, práctica antigua para quienes recordamos las manifestaciones de los ochenta, así como el espionaje telefónico a parlamentarios de izquierda y la vigilancia de las redes sociales. Todo ello conforma un panorama nada saludable para una democracia, ya que el estado se torna policiaco en el peor de sus sentidos.
Por todo lo anterior y por muchas otras cosas cabe preguntarse por el carácter democrático del Ministro Hinzpeter. Sabemos desde hace tiempos inmemoriales que a los políticos debemos juzgarlos por sus actos y no tanto por sus declaraciones públicas. En ese sentido Hinzpeter tiene un espíritu autoritario que se siente mejor con el “ordeno y mando” que con la búsqueda de consensos, que se siente más cómodo en el discurso agresivo que no distingue entre delincuentes y fumadores. A Hinzpeter le cautiva más la mano dura, pero ayer se equivocó rotundamente, ya que a los ciudadanos puede agradarle la mano dura cuando se trata de los delincuentes, pero les resulta inadmisible aplicada a escolares y jóvenes. Los ciudadanos saben distinguir cuando la mano dura es la máscara del abuso de la fuerza y cuando se usan recursos tan faltos de criterios como negar el uso del transporte público a los estudiantes para que no lleguen al centro de la ciudad a manifestarse.
Como podría pedírsele a los estudiantes y más generalmente a los ciudadanos que se confíe en el Gobierno y los políticos, cuando en tan breve espacio de tiempo se pasa de la declamación de la búsqueda de acuerdos a la aplicación de la fuerza bruta. No se puede negociar con quién te golpea, es así de simple. Hinzpeter se ha puesto él mismo como el centro de la animadversión pública y como principal escollo en una posible salida al conflicto. Lavín supo saltar a otro bote cuando veía que el buque hacía agua, salió mojado, es cierto, pero se salvó. Hinzpeter ha sido menos hábil ya que en un día destruyó toda posibilidad de acuerdo moviendo el eje de discusión desde los problemas de la educación a los problemas de la libertad de unos ciudadanos que se niegan a volver a un estado autoritario y policial.

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