7 jun 2013

¿Qué hacer? A propósito del apoyo del Partido Comunista a Bachelet.


El famoso libro de Lenin ¿Qué hacer? suele ser citado como un ejemplo de lo que debe ser una adecuada coordinación coherente de la acción política en los planos estratégicos -la de los fines de largo plazo- con las necesidades tácticas de corto plazo. Es un problema que siempre se plantea como la cuadratura del círculo y que por ello condena a quién pretenda darle respuesta a no dejar contento a casi nadie, porque su referente no está en el ideal sino en la viabilidad de lograr un objetivo. El apoyo del Partido Comunista a Bachelet tiene mucho de esto último y resulta extraño, más aun considerando que la candidata no plantea aun su programa y parece estar envuelta en un mar de dudas al estilo de Hamlet. Es cierto que el silencio de Bachelet exaspera a sus contrincantes de todo signo, pero también desespera cada vez más a una ciudadanía consciente políticamente, que no está dispuesta a votar por un carisma sin contenido. La apuesta del Partido Comunista es poder modelar ese silencio para que surja desde allí unas propuestas que den satisfacción a una amplia mayoría de ciudadanos, especialmente los jóvenes. Pero evidentemente en dichos intentos tienen otros competidores, particularmente los que creen que tiene mayor antigüedad y derechos adquiridos en el ejercicio del poder.

La ventaja del Partido Comunista es que tiene una amplia base social justamente en los sectores movilizados de la sociedad y que durante décadas de ostracismo han sido un instrumento fundamental para la organización del descontento. Dicha ventaja no la tiene ningún partido de la Concertación que durante veinte años sólo entendieron la actividad política como una acción referida al control de los distintos aparatos del Estado y el gobierno. De allí no puede asombrar que, por ejemplo, en las primarias municipales de Providencia la Concertación no fuera capaz de ganar en un universo electoral de poco más de tres mil personas o que brille por su ausencia en las Universidades o colegios. La desconexión de los partidos de la Concertación con la realidad del ciudadano de a pie es notable, cuestión que el exiliado PC no perdió en sus décadas amargas.

Hace unos meses Camila Vallejo desató una pequeña tormenta en la elite al señalar que en un eventual gobierno de Bachelet estarían con un pié en la Moneda y otro en la calle. Los líderes tradicionales se escandalizaron al ver en esta declaración una especie de inmadurez política, ya que entienden que la gobernabilidad es coaptar a los movimientos sociales y ahogarlos en los intereses de los gobiernos de turno. Es lo que ocurrió a comienzos de los noventa en que todo el tejido social fue literalmente desmantelado por miedo que toda su energía y creatividad pudiera redirigirse contra el nuevo gobierno. Hasta hoy dicha coaptación se narra como si hubiera sido un asunto de la mayor responsabilidad y lucidez, como una demanda histórica, cuando en realidad se trató de una triste cuestión de poder y temor. En efecto, temor a los movimientos sociales y a los militares, en definitiva miedo al conflicto. Muchas veces los más bajos motivos no pueden expresarse como tales y deben vestirse de responsabilidad, madurez, de un especial conocimiento o bien de un interés superior inexplicable, para lo cual -como en el caso de los "Pinocheques"- se le llama "Razón de Estado".

Lo que Camila Vallejo dijo, con la mayor naturalidad, es que es una falsa disyuntiva el tener que optar entre la gobernabilidad -y lo que ello supone en tanto marco de orden y progreso- y la movilización social que manifiesta demandas largamente acariciadas por los ciudadanos. Cuestión que por otra parte encuentra ejemplos a raudales en cualquier historia política moderna, ya que cabe recordar las complejas relaciones entre los gobiernos radicales del siglo pasado y los movimientos sindicales o más cercanamente las relaciones incluso tensas entre el gobierno de Eduardo Frei Montalva y los movimientos que él mismo impulsó a través de la Política de Promoción Popular. Sólo a una mente muy autoritaria se le hubiera ocurrido señalar esto como una tensión que debe ser resuelta como una elección entre gobernabilidad y movilización. Y es aquí donde se revela lo esencial: el marco de comprensión es, en el fondo, el marco que la derecha ha impuesto como referente y fuera del cual todo aparece como fantasmagoría creada por el opio.

Pero para las nuevas generaciones y los movimientos sociales que han surgido en los últimos años este referente ya no tiene valor alguno. No es necesario elegir entre gobernabilidad y movilización social. Más aun, como muestran las experiencias más esperanzadoras de los últimos veinte años a nivel internacional, la democratización es el producto de la sinergia entre la movilización social y partidos políticos responsables (justamente lo que no tenemos). En consecuencia no se trata de elegir entre esto y lo otro, sino que en una perspectiva actual no sólo es conciliable, sino también deseable, estar en el ejercicio del poder y al mismo tiempo experimentar de primera mano la energía que crece en la movilización social. Es el único modo de sacar la política de la ilusión de los salones y llenarla de la realidad de las calles. 

En resumen, se trataría de dejar de lado el marco de falsas disyuntivas que la derecha ha impuesto haciéndonos optar entre gobernabilidad y movilización social para pasar a un marco de referencia más abarcador, pluralista y menos ideologizado en que puede tener una democracia más dinámica justamente gracias a la movilización social. El Partido Comunista parece apoyar esa nueva forma de ver las cosas, pero otra cosa es que el resto de aliados que apoyan a Bachelet lo permitan, ya que muchos quisieran que la nueva mayoría fuera contralada por la pequeña minoría de siempre y sobre todo con los marcos conceptuales heredados. Es decir, volver a cambiarlo todo para que todo siga igual.

Paradójicamente también habría que convencer a sectores importantes de los propios movilizados que ven cualquier participación en la política institucional como una traición o concesión inaceptable. Es decir aquellos que tienen el marco de la disyuntiva entre gobernabilidad o movilización heredado de la derecha de modo invertido en sus mentes, aquellos que quieren cambios profundos y no abandonarían la movilización social en pro de la gobernabilidad. Tampoco ellos entienden que no se trata de elegir entre un frente u otro, sino que es necesario estar en ambos de manera eficiente. No hay respuestas fáciles y univocas, por el contrario la complejidad de los cambios sociales que se demandan requieren de respuestas más amplias y no siempre agradables de digerir.
 

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